EL MÍSTICO JUAN DE LA CRUZ

martes, 15 de diciembre de 2015

Nacido como Juan de Yepes Álvarez, a Juan de la Cruz hay que verlo desde dos vertientes: la primera como reformador de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (conocidos comúnmente como los Carmelitas) y cofundador de la Orden de los Carmelitas Descalzos junto a Teresa de Jesús y la segunda como un poeta místico perteneciente al Renacimiento Español.  Pero antes de todo ¿Qué era un místico?

La mística es la consecución de la Unión con Dios, algo muy diferente del ascetismo, que buscaba llegar a Dios mediante diferentes vías especialmente la oración o la penitencia. El misticismo era, por lo tanto, alcanzar un grado superior al resto de los mortales por la Unión con Dios. Así, hubo muchos místicos, por ejemplo, en España, cuyas experiencias espirituales plasmaron por escrito. Uno de esos  místicos sería nuestro Juan de la Cruz.

La obra de Juan de la Cruz al ser de tipo místico está plagado de un gran simbolismo, llegando a tener un estilo similar al Cantar de los Cantares del que era gran conocedor. San Juan de la Cruz en uno de sus poemas más conocidos, Noche Oscura del Alma, una equiparación de las virtudes teologales con las tres potencias del Alma. Así las tres primeras: Esperanza, Fe y Caridad, se corresponderían con las tres últimas: Memoria, Entendimiento, Voluntad, poniendo de relieve que sin las tres primeras no existen las tres segundas y viceversa, algo que no sólo ha sido asociado desde un punto evidentemente cristiano, sino platónico, ya que la voluntad del hombre creyente es abandonarse a Dios, trascender más allá de sus sentidos. 

Juan de la Cruz fue canonizado en 1726 y es considerado Doctor de la iglesia, así como patrono de los poetas en lengua española. A continuación, la mencionada Noche Oscura del Alma, que ejemplifica a la perfección el pensamiento de este hombre extraordinario.

noche oscura del alma

En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
A escuras y segura
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a escuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche, que guiaste;
oh noche amable más que el alborada;
oh noche que juntaste 
Amado con amada,
amada, con el Amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire del almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado;
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.