Cuenta el Evangelio según San Lucas, que uno de los Doctores de la Ley le preguntó a Jesús “¿Quién es mi prójimo?” a lo que Jesús le respondió con la conocida parábola del Buen Samaritano.
A un hombre le roban y lo dejan malherido. Diferentes personajes pasan de largo. Jesús no explica el motivo; puede que fuera por miedo a que les atacase o porque algún conocido los viera junto a aquel hombre. El caso que el que lo ayudó fue un simple samaritano, el cual le curó las heridas y lo llevó a una posada a que se restableciera.
En la actualidad, por las calles de nuestras ciudades vemos personas que, si bien no han sido atacadas por alguien físico, han sido vilipendiadas por el alcohol, la pobreza, la indiferencia o el egoísmo propio o de otros. Personas que no necesariamente están pidiendo dinero en las calles, sino que alguien los necesita; que se apiade de ellos y tenga misericordia de su situación.
El Samaritano hizo bien no sólo por acercarse a él, sino por hacerle caso y hacer lo que hubiera querido que hicieran con él. El Samaritano no buscó a quienes le habían maltratado, ni arremetió contra aquellos que habían pasado de largo indiferentemente y tampoco pregonó a los cuatro vientos lo bueno que era por apiadarse de ese alma apaleada.
Hizo un auténtico acto de Amor con aquel hombre. Un prójimo puede ser cualquier persona que necesite nuestra ayuda en cualquier momento. Un prójimo puede estar en cualquier parte. Así comprendemos aún más lo que dijo Jesús al Doctor de la Ley antes de que éste le volviera a preguntar.
"Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?" Él le dijo: "¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?" El letrado contestó: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo" Él le dijo: "Bien dicho. Haz esto y tendrás la Vida Eterna"