Tradicionalmente vemos la Navidad
casi más como un acontecimiento social que por la celebración del nacimiento
del Señor en si misma. Luces de neón nos acompañan ya desde Noviembre con los
clásicos villancicos y las técnicas de ventas de los grandes supermercados,
dispuestos a vender lo que sea y a quien sea. Un ejemplo lo tenemos en la
Nochebuena.
Infinidad de familias se reunen
en torno a una cena. Parece que las posibles rencillas entre sus miembros han
quedado resueltas, ya que éstos se tratan con normalidad y bastante cercanía.
Así la cena discurre sin incidentes, dando pie a las conversaciones amenas e incluso algún que otro villancico. Sin
embargo, es mentira. Algunos de esos miembros no se hablaba desde hacía tiempo
con esa otra persona por tener alguna “cuenta pendiente”, algo que seguirá,
puesto que no volverán a hablarse no necesariamente hasta la siguiente
Nochebuena, pero casi. ¿Es eso la Nochebuena?
La Nochebuena es la Victoria de
la Luz sobre la Oscuridad. Poco importan las luces de neón por las ciudades,
los villancicos o las reuniones familiares si nada del Espíritu asociado a la
Nochebuena y, por ende, a la Navidad, ha calado en nosotros. Jesús vino al
mundo no porque quisiera probar como se sentía al ser uno de nosotros, sino
para demostrar que desde la humildad y la caridad, aunque seamos humanos con
nuestros lógicos defectos, podemos ser Santos.
Reunirse para la Nochebuena está
muy bien, pero no tenemos que perder la perspectiva: Dios vino al mundo en forma de un humilde
niño, que nació en un pesebre. Nuestras maldades son perdonadas por ese niño,
que nació en la noche más buena del año.