“Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: «Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen”
Así nos relata el Evangelio de San Mateo la conocida como
matanza de los inocentes. Y es que Herodes no quería que ningún supuesto Mesías
le quitara el Trono de Israel. Así de forma arbitraria, el infeliz Rey mandó
matar a los niños, que eran inocentes por no ser ninguno de ellos el Salvador
del Mundo.
Lo cierto es que muchas madres lloraron aquel día en la que
sus hijos fueron vilmente asesinados por unos hombres crueles y despiadados,
que cumplían órdenes de un hombre, que por cierto, fue puesto a dedo por los
propios romanos y es por eso que los judíos lo despreciaban.
Lo cierto es que el Reino que venía a traer aquel niño
nacido en un pesebre estaba muy lejos de ser aquel reino lleno de ostentación y
lujos propios de Herodes y sus descendientes. Aquel niño traía un Reino de Amor
para el corazón de los hombres. Aquel niño, el Salvador del Mundo, iba junto a
José y María a un forzoso “exilio” a Egipto hasta la muerte del malvado Rey. Mientras la Sagrada Familia huía a Egipto, la sangre
de unos inocentes inundaba las calles. Mientras el llanto de aquellas
inconsolables madres se oyó en los confines de la tierra. Ese día tuvo lugar la
infame matanza de los inocentes.