Hemos vivido la Prepascua en unos días de buena convivencia, de alegría, de naturaleza, de juegos, de diferentes dinámicas y oraciones, de cantos, de amistades... Pero por encima de todo eso ha sido una experiencia de Amor. Una experiencia que comenzó en una sala en la que no nos aventurábamos a decir el nombre de la persona que estaba sentada a nuestro lado, y que acabó con un par de lágrimas que no entienden de despedidas, y una vivencia muy especial que nos prepara para la Pascua. Han sido unos días irradiados de Amor, que estaba presente en todo lo que hacíamos. Amor de Dios, que nos acompaña siempre y que pudimos apreciar con mayor intensidad en momentos concretos como en aquella primera oración en la que tenía un mensaje preparado para cada uno de nosotros. El Amor estaba en el alegre servicio de la patrulla que friega o limpia, en la corrección de nuestros hermanos, en todo lo que compartimos con nuestra patrulla, en las conversaciones que teníamos con aquel que no conocíamos tanto o con el que conocemos demasiado, el amor con el que un padre le entrega a su hija en una fría tarde el único abrigo que tenía puesto. Vivimos como después de una muerte de la que cada uno de nosotros es culpable, surge la vida. Tuvimos la oportunidad de que el perdón limpiara nuestros pecados, de romper nuestro corazón para entregárselo a los demás y de celebrar, de una forma especial, la resurrección. Nos hemos dejado sorprender con cada detalle, y en las pequeñas cosas nos hemos acercado un poco más a Dios. Estos días han sido un gran regalo, ¡muchas gracias a todos!
María Armas, 17 años, perteneciente al grupo de catequesis de Vuelo
