Cuenta una vieja leyenda que cuando se produjo la terrible persecución de Nerón a los Cristianos, tras el incendio de Roma del que fueron acusados, San Pedro sintió mucho miedo. Muchos le dijeron que se fuera de Roma ante el peligro de que él fuera apresado y ejecutado.
Finalmente, Pedro decidió marcharse. Así gracias a la ayuda de algunos amigos, consiguió salir de Roma, aunque no estaba convencido de hacer lo correcto. Fue entonces, en medio de su huida, cuando ocurrió un milagro.
Estaba Pedro en el camino conocido como Vía Apia cuando en la lejanía vio a un hombre que parecía que cargaba un gran madero.. La sorpresa del Apóstol fue mayúscula cuando vio que ese hombre era ni más ni menos que el propio Jesús, el Mesías. Una vez estuvieron frente a frente, Pedro aún asombrado sólo acertó a decir:
-Señor, mi Señor...
Ante la falta de respuesta de un herido Cristo, le pregunto:
- Quo Vadis, Domine? (que significa ¿Adonde vas, Señor?
Cristo, en medio de ese tremendo sufrimiento por llevar ese gran madero a cuestas, le contesto:
-Puesto que tú y los demás abandonáis al pueblo de Dios, iré a Roma para ser crucificado por segunda vez.
Tan pronto como dijo esto, Jesús desapareció. Fue en ese momento cuando Pedro, avergonzado por su actitud cobarde, se dio cuenta de que no podía abandonar al pueblo de Dios a su suerte. Y que su destino era morir por su Fe, algo que tuvo lugar, siendo crucificado cabeza abajo, puesto que, así se lo dijo a sus carceleros, no era digno de morir como aquel que dio su vida por los pecados y que,, mientras huía le abrió una vez más los ojos.
-Señor, mi Señor...
Ante la falta de respuesta de un herido Cristo, le pregunto:
- Quo Vadis, Domine? (que significa ¿Adonde vas, Señor?
Cristo, en medio de ese tremendo sufrimiento por llevar ese gran madero a cuestas, le contesto:
-Puesto que tú y los demás abandonáis al pueblo de Dios, iré a Roma para ser crucificado por segunda vez.
Tan pronto como dijo esto, Jesús desapareció. Fue en ese momento cuando Pedro, avergonzado por su actitud cobarde, se dio cuenta de que no podía abandonar al pueblo de Dios a su suerte. Y que su destino era morir por su Fe, algo que tuvo lugar, siendo crucificado cabeza abajo, puesto que, así se lo dijo a sus carceleros, no era digno de morir como aquel que dio su vida por los pecados y que,, mientras huía le abrió una vez más los ojos.