EXPERIENCIA EN NÍJAR - Resumen de la experiencia

miércoles, 4 de marzo de 2015

«Al final del camino me dirán: -¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres» (Pedro Casaldáliga)

Puri, Mamutu, Araceli, Mady, Maria José, Sinka, Ibrahim, Paquita, Abraham, Gutman, Francisca, Mamadou, Fhal, Billy y tantos nombres que en mi corazón han encontrado un lugar, sin que yo los buscara, ellos han entrado. Pero también hay en mi corazón muchos rostros y muchas miradas sin nombre, pero que allí estaban. Rostros que se levantan cada día, llueva o haga sol, con un sueño, el sueño de la libertad, el sueño de la esperanza.



Las Hermanas Mercedarias y los morenos como allí les llaman, se han quedado grabados para siempre en mi vida. Y me han enseñado una gran lección, una que yo me sé muy bien pero que nunca está de más que te la recuerden “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 13, 34). Cristianos y musulmanes unidos por un mismo Dios, el Dios del Amor.

Ya hace una semana que regresé de San Isidro de Níjar, un pueblo de Almería, un pueblo en el que nos recibieron muchos rostros y sonrisas, pero también muchas preguntas. ¿Por qué unos papeles son los que tienen que dar la dignidad y la libertad a una persona?

Para esta experiencia, no llevaba ninguna expectativa ni idea concreta. Estaba abierta a vivirla intensamente, a dejarme empapar por todo lo que allí viviese y me contasen. Lo que sí pensaba, es que sería como una especie de “campo de trabajo”, ayudaríamos a acondicionar asentamientos, pintar, limpiar, etc. Pero qué equivocada estaba. Lo importante para mí de esta experiencia no ha sido el “hacer” sino el ESTAR. 



Es verdad que hemos hecho muchas cosas: ayudar en un taller ocupacional a hacer los objetos que luego venden para sacar dinero y utilizarlo en los distintos proyectos, dar clases en la escuela para que los inmigrantes aprendan el español suficiente para poder desenvolverse en el día a día, acudir al almacén de alimentos a organizar y repartirlos a muchísimas personas que no tienen ni lo justo para vivir…

En concreto la actividad que yo hice fue la de acudir a un asentamiento para acondicionarlo y que los morenos que allí viven tengan al menos un lugar más adecuado en el que sobrevivir, una casa donde si sumamos las personas que vivían en la parte alta y en el sótano había mas de 30 personas. Una casa donde el lugar en el que cocinaban tenía tanta suciedad que aunque yo lo contara por aquí, nunca imaginarían lo que vimos allí. Pero no es una suciedad por descuido, es una suciedad porque no tienen agua corriente, la luz la toman directamente de los postes con el peligro que eso supone, los que pueden hacen fuego dentro de alguna chimenea, y tantas cosas que todavía no sé cómo describir.  Pero al menos estas personas tienen una casa en la que pasar la noche, porque otro asentamiento en el que estuvimos era un remolque de un camión puesto boca abajo y allí dormían 5 personas que ni se podían poner de pie dentro y a menos de 50 metros ver una pequeña casita que era donde se guardaban las herramientas de trabajo. Las herramientas tenían mejor techo que las personas. 

Y así podría contar tantas cosas que me daría para dos y tres páginas más, pero en este testimonio no quiero que el centro sean el dolor o el sufrimiento, que es mucho y muy duro en aquellos morenos que han llegado atravesando un mar a punto morir porque se podía hundir su patera o porque cruzaban a nado. O porque al intentar cruzar la vaya sus hierros quedaban clavados en sus cuerpos. Miradas que lo han abandonado todo por buscar un sueño, el de vivir con dignidad. 



Ellos viven cada día con el sueño de la esperanza, y así es como se muestran a los demás, con ganas de vivir, de seguir peleando por lo que es justo. Siempre tienen para ti una sonrisa, una palabra amable, querían que te sintieses a gusto. Esta experiencia es de ESTAR con ellos, mientras pintabas, mientras limpiabas la cocina, mientras fregabas, recortabas, cocías, les enseñabas el verbo “ser” y “estar” en la escuela, todos esos momentos eran momentos de compartir vida, y ellos se abrían a ti como yo nunca lo he hecho con nadie en mi vida. Se DAN sin medida y donde caben 10 en una casa preparan para que entren 12 si hace falta. No miden si tienen o no, sólo lo dan porque creen que es lo que hay que hacer.

Y ellos tienen unas buenas maestras de las que aprender, las Hermanas Mercedarias, las mamas como ellos las llaman. Y es que es así su manera de vivir. Son las madres de todos ellos, están pendientes a sus necesidades, de sus alegrías, están cuando necesitan llorar o reír. Las puertas de su casa siempre están abiertas, en cualquier momento, a cualquier hora. Son mujeres que ya tienen una edad avanzada, pero que ESTÁN siempre que se las necesita, incondicionalmente, sin límites. Para mi han sido la presencia de la Iglesia en este pueblo, en medio de un lugar, a veces hostil, pero un lugar donde se las necesitaba y ellas se sienten llamadas por Dios a ESTAR. Impulsadas por la fuerza del Espíritu y movidas sólo por el AMOR. Porque una cosa he confirmado en esta experiencia y es que todo esto sólo se puede vivir día tras día si tienes FE, aunque estén cansadas, se sientan impotentes muchas veces y las lágrimas asomen a sus ojos, es la FE la que las hace volver a levantarse y darles Esperanza a sus “morenos” porque es la Voluntad de Dios, estar con los preferidos del Señor. 

Sólo puedo dar las gracias a Dios por poner esta experiencia en mi vida, por poder compartirla con Cristina, Carlos, Raquel, Jesús, María, Daniel, Richi, Ramón e Isidro, que en cada una de sus palabras, de sus preguntas, de sus miradas, de sus dudas, sus sonrisas, en las oraciones y las eucaristías compartidas han ido tocando mi corazón cada día. Porque nosotros no hacemos las cosas porque queramos, sino porque Dios nos ha elegido para ESTAR. 

Sólo le pido al Señor que sepamos traer a nuestras vidas, a lo cotidiano todo lo que nos ha cuestionado allí para que nosotros, que somos pequeños, haciendo pequeñas cosas, en  nuestro pequeño mundo logremos cosas grandes. 


Ana Lourdes


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