Abraham, Mamutou, Mady, Billy, Fhal… son TANTAS las vidas en las que nos hemos adentrado sin siquiera preguntar, TANTAS las sonrisas que nos han brindado, TANTAS las miradas que ahora no podemos parar de recordar…
Aunque suene típico es muy complicado expresar con palabras lo vivido en Níjar. En primer lugar, esta semana solidaria no hubiera sido posible sin las heroínas de este pueblo, las Hermanas Mercedarias, mujeres que están allí donde haya una necesidad. Su carisma es, precisamente, la liberación de las esclavitudes. Estas religiosas son un ejemplo de entrega total y absoluta. Se encargan de dar la vida escuchando, apoyando, dando de comer, enseñando español y, sobre todo, queriendo a los que para muchos son sólo ‘negros que nos quitan el trabajo’. Es fascinante ver cómo no pierden la energía ni un solo segundo y cómo – a pesar de sus edades – se enfrentan por sus morenos ante TODO y ante TODOS.
Durante estos días, hemos podido participar de las actividades ya nombradas. El lunes fue la mejor mañana sin duda. Me tocó ir a limpiar un asentamiento y aunque al principio tenía miedo por lo que me podía encontrar, rápidamente todo se convirtió en ilusión y en ganas de dar un 200%. Las condiciones en las que estas personas viven son totalmente infrahumanas: no disponen de agua, la luz la obtienen directamente de las torretas lo que conlleva un terrible peligro, viven hacinados, están rodeados de ratas y cucarachas…
Parece inadmisible que en un país desarrollado como es España, sigan existiendo historias tan duras y crueles como esta. Sin embargo, cuando nuestras riquezas y beneficios económicos están de por medio, todo vale.
En este asentamiento conocí sólo a tres de las muchas personas que ahí viven. Para mi sorpresa, conecté a la perfección con dos de ellos. Uno era realmente inteligente. Compartía mi hobby de leer y además tenía mi mismo gusto musical. Con el otro no paré de hacer bromas durante toda la mañana y fue así como se hizo tan ameno el trabajar. Para mí, las horas pasaban volando y no quería que llegase el momento de regresar a casa. De esa mañana también me llevé detalles como que los morenos de la casa de al lado nos ofreciesen de comer, que uno me trajese una toalla para limpiarme las manchas de pintura del cuerpo, que Mamutou no parase de preguntarme una y otra vez si estaba cansada, que Mady siempre fuese más rápido para que yo no cogiese peso. Son pequeños detalles que marcan la diferencia.
Otro de mis días favoritos fue el jueves, cuando fuimos tanto al almacén de alimentos como a la escuela. En el primero, sentía una admiración inmensa al escuchar cómo Puri, una de las Hermanas, siempre cedía y le daba bolsas de comida a aquellos que no les tocaba y cómo preparaba más alimentos de los normales para los que estaban enfermos o tenían hijos. Me daban ganas de dejar lo que estaba haciendo e ir a darle abrazos continuamente.
Luego en la escuela sentí cosas preciosas. Es muy reconfortante ver cómo mujeres de distintos países se reúnen ahí para aprender y se ayudan, se gastan bromas y te atienden (nosotros dábamos la clase) como si en ello se les fuese la vida. Además, cabe recordar que las Mercedarias – excepto una – no hablan ni inglés ni francés. Pese a ello, tanto los inmigrantes como ellas se entienden a la perfección y eso es porque se comunican mediante un lenguaje que va más allá de las palabras (que cada quien, entienda lo que quiera).
Otra de las cuestiones en la que más he pensado durante esta experiencia es en cuán mal lo deben de pasar estas personas en sus respectivos países, para que aún viviendo de la forma en la que viven, quieran que sus familiares luchen para seguir intentando llegar a España; y esto, a su vez, hace que me pregunte por qué nuestra sociedad rechaza a los que sólo huyen del sufrimiento y a los que sueñan con una vida mejor.
Desgraciadamente, no tengo ni la menor idea de quiénes son los culpables de esta situación y muchísimo menos sé cómo resolverla, pero lo que sí he aprendido durante esta semana, es que el amor y las personas pueden hacer grandes cosas.
Raquel