EXPERIENCIA EN NÍJAR - Día 05

viernes, 20 de febrero de 2015

Otro día más, otro testimonio sobre esta experiencia. Pero no va a ser como los demás. No voy a explicar lo que hemos hecho hoy, sino que voy a contar cómo me he sentido en estos días. 

Cinco van ya y yo aún siento que no soy útil, que no he hecho nada para ayudar a estas personas que están aquí. Ojalá no fuera así, pero es lo que siento. Veo cómo los demás disfrutan y sonríen al ayudar o estar cerca de ellas; por las noches escucho cuando comparten y cómo a todos de una u otra manera algo les ha tocado. ¿El problema? Muy simple. Quizás tenía muchas expectativas o quizás tengo otro concepto de ayudar. No lo sé, pero desde luego no ha sido como yo esperaba.



Es cierto que sí he sentido. No es lo mismo saberte la teoría de lo que ocurre, ver las noticias… que ver esa realidad con tus propios ojos. He tenido varios momentos en los que sí que me he sentido diferente.

El otro día, por ejemplo, vinieron unos chicos a comer y uno de ellos nos contó cómo había llegado a España. Eran 116 en una patera, pero lo bonito e increíble de esta historia es que todos llegaron a salvo a nuestras costas. Aún así, no me quedé con eso, sino con que uno de ellos no quería comer, no podía, pero los que lo acompañaban no le permitieron abandonar. Le daban de comer a la fuerza y aunque después lo vomitase, no dejaron de hacerlo una y otra vez hasta llegar a su destino.

Me llevo de aquí a Mamadou, un moreno que conocí hace dos días en el almacén de alimentos. Me gustó mucho conocerle, porque nada más llegar, vino a saber quién era y cuál era – por así decirlo – mi historia: por qué estaba allí, si volvería…



Pero a la vez, también me contaba su vida y – por muy triste que fuese – no desaparecía esa sonrisa de oreja a oreja de su cara. Y aún siendo ya de por sí asombroso, en cuanto me sentí peor y me fueron a llevar a casa, fue él quien me animaba y me cuidaba en el trayecto. En fin, un chico increíble.

Me gustaría decir también una cosa que nos contó un chico cuando vino a casa: que él podía vivir con cualquier persona, pero tenía que ser buena de corazón. Y entonces, sin importar raza, cultura o color, podrían convivir juntos.

Por último, me sorprende cómo todos a los que les he preguntado si echaban de menos su país, me decían que sí sin pensárselo dos veces. Y no sólo por la familia y los amigos, sino porque al fin y al cabo, es de donde vienen (a pesar de lo mal que lo hayan pasado).

Y sí, es cierto que me voy pensando que no he ayudado, pero sí que me voy conociendo de cerca esta realidad y a muchas personas que son capaces de pensar en la felicidad aún con vidas complicadas. Para ellos, Dios siempre les acompaña.

Cristina


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